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Visita a Ocampo
- Padre, ¿todavía falta mucho para llegar al siguiente pueblo?
- ¿Ves aquellas montañas a lo lejos? Ahí es
- Pero, ¿cómo se le ocurre a la gente vivir hasta allá? – Le dijo el seminarista al padre Armando, párroco en Múzquiz, después de recorrer por muchas horas terracerías para llegar a los pueblos del desierto en el municipio de Ocampo, Coahuila en los márgenes nor-orientales de la Diócesis de Piedras Negras.
- Y eso que tú nomás vienes una semana, no cada quince días como tu servidor.
- Porque luego tiene que andar viniendo uno a evangelizar a esta gente
- No pos, ya va dando color tu vocación, – remató el padre.
Tuvimos la dicha de visitar los pueblos de Ocampo, del domingo 26 de enero por la tarde al martes 28, por la noche. Fuimos el Padre Armando Guerrero, cuatro laicos del equipo de misiones de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de Muzquiz, y un servidor, en dos camionetas: Una Cheyenne 2009, que pidió el padre prestada, y su camioneta, una Ford 1999, de motor diesel. Y arrancamos el mismo domingo en la tarde al ejido Morelos, rumbo a la Sierra, donde nos encontramos festivamente con todo el pueblo reunido en su pequeña Iglesia, junto con la alcaldesa. Hubo misa, y convivio posterior a cielo abierto y con mucho frío. Al siguiente día partimos a las 6 am, para llegar al ejido Piedritas ya en Ocampo, donde nos recibió un pueblo desierto, eso sí, muy limpio, ordenado, bien pintada su plaza, con su Iglesia de piedra, con techo reforzado, simple pero bella. De ratito llegaron 4 señoras y un señor, celebramos la misa y luego nos invitaron un café y unos taquitos en la cocina de una de ellas. Ahí nos dimos cuenta de la organización de ese lugar que aunque poquitos, hacen que el municipio venga y empareje el camino terregoso que sirve de entrada al pueblo. Luego nos fuimos al ejido San Miguelito, donde celebramos también la misa y convivimos con un pueblo un poco más grande, con historias bellas sobre un centro misionero antiguo, y su nuevo campo de la guardia nacional. Nos pidieron más presencia religiosa, por supuesto.
De ahí nos fuimos al pequeño y árido ejido llamado Acebuche, y ahí empezaron los problemas, porque nuestra súper camioneta Ford, tuvo su primera falla, pues se quedó parada antes de llegar, en medio de un pueblo ya sin gente, llamado San Gilberto. Como no había señal, nos tardamos mucho tiempo en dar con ella. En la otra camioneta ya habíamos llegado al ejido, por lo que el padre tuvo que regresarse al ver que no venían. Mientras tanto platicamos con la gente del pueblo, de la escuelita rural y de las minas cercanas, su medio de subsistencia. Después de mucho esperar, celebramos la misa, y tuvimos que salir corriendo, con el itacate en la mano, con hora y media de retraso, al ejido Las Eutimias (cuya capilla lleva el nombre de mi papá: San Ildefonso), que ya nos estaban esperando, para los sacramentos de los niños. Como pudo llegó la Ford, tirada por gente buena de los mismos pueblos. Pardeando, empezamos la misa, tres bautismos, cuatro confirmaciones y cinco primeras comuniones. Ahí pudieron arreglar la Ford, que echó a andar al terminar la misa, pero más tardamos en recorrer la hora que nos separaba de la mina la Encantada, ya de noche por supuesto, que se nos volvió a quedar tirada, lo bueno fue que una pareja joven que le dimos oportunidad de bautizar a su niño, con la promesa de que nos enviarían los papeles, y que se dirigía al mismo lugar, se detuvo y nos dio auxilio, tirando nuevamente la Ford, con la camioneta de la empresa minera en la que iban. Finalmente llegamos a La Encantada, hora y media después de la cita, cerca de las 10 pm, básicamente para instalarnos y dormir en las casitas acondicionadas de los mineros. Al día siguiente a las 7 am celebramos la misa en la entrada de la mina, en el cambio de turno. Parecía de película. Allí estaban más de 100 mineros, delante del altar móvil, y con toda la atención del mundo. Sus miradas concentradas en el sacrificio eucarístico, muy atentos a la homilía, en la que remarqué la necesaria seguridad a tener en cuenta, la personal y la de la empresa. Todos de pie durante la misa, con sus cascos y lentes de seguridad bien puestos. Al final, les pedí se acercaran para recibir la bendición para su familia y su trabajo, y todos se acercaron, y retiraban su casco mientras recibían devotamente la bendición. El ágape posterior fue maravilloso, se palpaba un ambiente de regocijo espiritual. Después de ahí nos fuimos hasta Boquillas del Carmen, siempre por terracería, atravesando el paisaje agreste del desierto, con sus impresionantes dunas, y pasando a un lado de las montañas americanas, tipo El Gran Cañón, que se veían a la distancia. Antes del llegar a la Capilla, hicimos un recorrido por el Río Bravo, con su pequeño embarcadero, para transportar turistas americanos en dos lanchitas, y el estacionamiento para tomar “Uburros”, que los transportaban, un burrito por persona, hasta el centro del poblado. Ya en la pequeña Iglesia también celebramos misa de sacramentos, y como en cada lugar, repartimos despensas a las familias, al final.
Región desafiante, sin duda, para una misión católica permanente, por lo agreste también, de la fe. Dos ejidos completaron nuestro viaje: Nichos del Carmen, donde para llegar tuvimos que atravesar brechas, pero al llegar, encontramos a una comunidad pequeña pero muy cálida. Y la última, que fue donde nos pudo alcanzar la Ford ya medio reparada, en el ejido Jaboncillos, de las más concurridas, y con la gente vestida como para una fiesta, detalle que no se nos pasó. Cabe decir que en cada comunidad nos tenían preparada comida, no importa la hora que llegáramos, por lo que tuvimos que hacer de tripas corazón y entrarle a lo que nos dieran, hay te encargo los kilitos extra. Nos faltó todavía un ejido por visitar: La Unión, pero teníamos que invertir unas 4 horas más, y debíamos llegar esa noche a Múzquiz, para continuar al día siguiente el viaje hasta Saltillo. Pero pronto la visitaremos.
De este viaje misionero, me quedo con la grave necesidad de hacer presencia sacerdotal y eclesial en los 10 ejidos, 9 en Ocampo y uno en Muzquiz. Porque a falta de ella, otras denominaciones ocupan nuestro lugar, y el pueblo noble, responde a quién va hasta donde ellos están. Por lo que es imperioso, asumir esta misión diocesana, con fuerza, compromiso y valor. Recorrer esta misión mencionada, es una ruta que implica recorrer más de 500 kilometros, en tres días. Para este viaje, solo en gasolina y diesel, para dos camionetas, sin contar reparaciones, ocupamos 13,000 pesos. Sin mencionar que la misión se hace cada dos o tres semanas. Y si queremos estar en cada uno de estos pueblos es pertinente contar con un buen mueble, que no te deje tirado en medio literalmente de la nada, por lo que agradecemos a quien nos prestó la camioneta 2009, pero es necesario tener una propia, por lo menos una camioneta 2015, que aguante el trote. ¿Quién se apunta para ayudar? Lo agradeceremos y lo invitaremos.
+Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola
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