“Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente”, decía San Hilario de Poitiers, Doctor de la Iglesia y gran defensor de la divinidad de Cristo. Su fiesta es cada 13 de enero.
San Hilario nació en Poitiers, Francia, a inicios del siglo IV, en una familia acomodada y recibió formación literaria. Al parecer no se formó en un ambiente cristiano. Fue bautizado hacia el 345 y elegido Obispo de su ciudad natal entre el 353 al 354.
Su primera obra “Comentario al Evangelio”, es el comentario más antiguo en latín que ha llegado de este Evangelio. En el 356 participó como Obispo en el Sínodo de Béziers, al sur de Francia.
Esta reunión fue llamada por el santo mismo como “el sínodo de los falsos apóstoles” porque la asamblea estaba dominada por Obispos filo-arrianos, que negaban la divinidad de Jesucristo.
Estos “falsos apóstoles” solicitaron al emperador Constancio que el Obispo de Poitiers fuera condenado al exilio. Es así que San Hilario tuvo que abandonar Galia para irse a vivir a Frigia, en la actual Turquía, donde se insertó en un contexto religioso dominado por el arrianismo.
De esta manera y buscando el restablecimiento de la unidad de la Iglesia, redacta su obra dogmática más importante y conocida como “De Trinitate” (sobre la Trinidad), la cual defiende la doctrina del Concilio de Nicea y demuestra que las Sagradas Escrituras testimonian claramente la divinidad del Hijo.
Hacia el 360 ó 361, San Hilario regresa del exilio a su tierra y en el Sínodo celebrado en París por esos mismos años se retomó el lenguaje del Concilio de Nicea.
En los últimos años de su vida elaboró los “Tratados sobre los Salmos”, comentario a 58 Salmos y es que el Santo encontraba en todos los Salmos la transparencia del misterio de Cristo y de su Cuerpo que es la Iglesia. Partió a la Casa del Padre en el 367. En 1851, el Beato Pío IX lo proclamó Doctor de la Iglesia.
“Haz, Señor -reza Hilario movido por la inspiración- que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Que te adore, Padre nuestro, y junto a ti, a tu Hijo; que sea merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito… Amén” (“De Trinitate” 12, 57).
Fuente: aciprensa.com