ROMA, 08 Dic. 17.- Un año más, el Papa Francisco cumplió con la tradición de acudir el 8 de diciembre a la Plaza de España de Roma para venerar a la Inmaculada Concepción de María ante su monumento el día en que se celebra su Solemnidad.
Después de rezar brevemente ante la imagen de la Salus Populi Romani, patrona de la ciudad de Roma, en la Basílica de Santa María Mayor, el Santo Padre se dirigió a la popular Plaza de España, donde se encuentra el monumento a la Inmaculada Concepción.
Allí le esperaban el Vicario de la Diócesis de Roma, Mons. Angelo De Donatis, la Alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, y diferentes autoridades civiles y religiosas, además de numerosos fieles.
El Papa se dirigió entonces a la imagen de la Virgen que corona el monumento a la Inmaculada Concepción y rezó con la siguiente oración:
Madre Inmaculada,
Por quinte vez vengo a tus pies como Obispo de Roma,
a rendirte homenaje en nombre de todos los habitantes de esta ciudad.
Queremos darte las gracias por los cuidados constantes
con los que nos acompañas en nuestro camino,
el camino de las familias, de las parroquias, de las comunidades religiosas;
el camino de cuantos cada día, a veces con fatiga,
atraviesan Roma para ir al trabajo;
de los enfermos, de los ancianos, de todos los pobres,
de tantas personas inmigrantes de tierras de guerra y de hambre.
Gracias porque, en cuenta te dirigimos un pensamiento
o una mirada, o un Avemaría fugaz,
siempre sentimos tu presencia materna, tierna y fuerte.
Oh, Madre. Ayuda a esta ciudad a desarrollar los ‘anticuerpos’
contra algunos virus de nuestro tiempo:
la indiferencia, que dice: ‘No me preocupa’;
la mala educación cívica que desprecia el bien común;
el miedo al diferente, al extranjero;
el conformismo disfrazado de transgresión;
la hipocresía de acusar a los demás mientras se hacen las mismas cosas;
la resignación ante la degradación ambiental y ética;
la explotación de tantos hombres y mujeres.
Ayúdanos a rechazar estos y otros virus
con los anticuerpos que vienen del Evangelio.
Haz que adoptemos el buen hábito
de leer cada día un pasaje del Evangelio
y, con tu ejemplo, custodiar en el corazón la Palabra,
para que, como una buena semilla, de fruto en nuestra vida.
Virgen Inmaculada,
hace 175 años, a poca distancia de aquí,
en la iglesia de Sant’Andrea delle Fratte,
tocaste el corazón de Alfonso Ratisbonne, y en aquel momento
de ateo y enemigo de la Iglesia, se convirtió en cristiano.
A él te mostraste como Madre de gracia y de misericordia.
Concédenos también a nosotros, especialmente en las pruebas y en las tentaciones,
fijar la mirada en tus manos abiertas,
que dejan descender sobre la tierra la gracia del Señor
para librarnos de toda orgullosa arrogancia,
para reconocernos como verdaderamente somos:
pequeños y pobres pecadores, pero siempre hijos tuyos.
Y así meter nuestras manos entre las tuyas
para dejarnos llevar a Jesús, nuestro hermano y salvador,
y al Padre celeste, que no se cansa nunca de esperarnos
y de perdonarnos cuando regresamos a Él.
¡Gracias, oh, Madre, porque siempre nos escuchas!
Bendice a la Iglesia que está en Roma,
bendice a esta ciudad y al mundo entero.
Amén.