Peripecias Norteñas.

Peripecias norteñas.  

El pasado 9 de marzo 2025 cambió el horario en la zona norte de México, por lo que la zona fronteriza de Coahuila, tiene una hora más tarde que la zona carbonífera, que se encuentra más hacia el centro del Estado. 

Pues resulta que un servidor tenía una misa a las seis de la tarde en una capilla del histórico pueblo de Cloete, ubicado en esta última zona, por lo que tratando de no confundirme de hora, y no llegar tarde, salí de la zona fronteriza de Piedras Negras después de comer. Esa mañana había tenido una jornada casi ordinaria de trabajo en la Curia. Pero, cuál no sería mi sorpresa que al llegar al reluciente Templo de San José, ni un alma había en la entrada, y el portón, cerrado. Había calculado mal, y faltaban más de dos horas para empezar. Queriendo aprovechar el tiempo, busqué el Starbucks más cercano, el cual estaba, según Google Maps, a 120 kilómetros, aborté la misión, y busqué una cafetería en el pequeño pueblo, que por supuesto no había, por lo que tuve que retomar la carretera e irme al poblado más cercano, es decir, a Nueva Rosita, a escasos 15 minutos. Al llegar a la cafetería que me marcaba el GPS, bajé del coche, e intenté abrir la puerta, pues nada, estaba cerrada. Pues qué día es hoy, me pregunté, pues era lunes 17 de marzo, asueto nacional en México. No me quedó más remedio que irme a la parroquia más cercana, y tocar la puerta en la casa del padre José Luis, quien afortunadamente sí se encontraba, aunque se tardó un poquito en abrirme, peeero me recibió gentilmente ofreciéndome una rica ensalada de frutas mezclada con cacahuates cantineros. Ahí esperé conversando provechosamente sobre la novela regional Carbón rojo de Monica Castellanos, hasta la hora de la misa. La Eucaristía transcurrió hermosamente y el legendario pueblo de Cloete (con las ruinas de los edificios donde se lavaba el carbón hace más de 100 años, parecían un museo a cielo abierto), mostró la calidad de su gente devota, alegre, participativa y muy entusiasta. Cené, platiqué y conviví amenamente con el pueblo, y me hospedé en la casa de esta capilla, espléndida por cierto. 

Al día siguiente, 18 de marzo, pasó algo especial. No hubo cambio de horario, por lo que llegué, ahora sí, a tiempo. Pero, ese día en el Templo de San José de Allende, se conmemoraba, nada más y nada menos, que el 14 aniversario del trágico incidente donde murieron muchísimas personas, en manos del crimen organizado (se habla incluso de 300), tragedia que no solo aún se recuerda, sino que las heridas siguen sin sanar. Prediqué a los niños y a sus familias, del Dios del consuelo y de la fortaleza, ofreciéndoles nuestro abrazo y cercanía, para ayudar a mitigar y transformar este dolor en luz y esperanza. Muchos en este inquebrantable pueblo, como las madres buscadoras en México, más que buscar culpables, añoran y buscan a sus hijos muertos y desaparecidos. En la actualidad hay una parroquia y un templo, donde dos venerables y entregados sacerdotes atienden a este aguerrido pueblo de Allende, Coahuila. 

Al día siguiente, 19 de marzo, fiesta solemne de san José, tuve dos misas y reuniones en los pueblos de Morelos y de Acuña. Estos días estuve durmiendo fuera de casa, yendo de pueblo en pueblo, por lo que había preparado una maleta, peeeeero, a medio camino hacia la última ciudad, me di cuenta, que me había faltado un cambio de ropa, y ya no alcanzaba a ir a mi casa, por lo que tuve que proseguir decidido mi camino, y llegar pronto a lavar en el lavabo del baño, del cuarto que me prestó el padre Iván para hospedarme, en la parroquia de San José de Acuña. Al pedirle al final una plancha, se apiadó de mí, y me pidió la camisa, no para plancharla él, por supuesto, sino para pedirle a una buena señora que me hiciera el favor de plancharla. La misa transcurrió maravillosamente, llena de matlachines, un hermoso coro, y una pléyade de feligreses que abarrotaron alegremente la parroquia. Por cierto, en el salón parroquial sirvieron una rica discada a las más de 400 personas que participaron en la misa, discada que con muchos nervios y una oración, alcanzó para todos, bendito sea Dios.        

La última noche, otra vez de vuelta en Sabinas, y después de una reunión de trabajo con distinguidos caballeros del lugar, buscando cómo llevar a cabo importantes proyectos pastorales de la Diócesis, entre ellos la Casa sacerdotal, dormí en un bonito hotel, esperando pasar una espléndida y reposada noche. Me asignaron un cómodo cuarto que estaba a la orilla de la carretera 57, por lo que dormí plácidamente entre cimbramientos, ruidos de motor y claxons de trailers de doble remolque en su pacífico camino hacia la frontera. Eso sí, a la mañana siguiente, antes de regresar a la sede, a eso de las siete de la madrugada, me eché un café con hot cakes, pero sin tocino, para no perder la indulgencia, de ese incipiente viernes II de cuaresma. 

Hasta aquí mi reporte Joaquín. 

+ Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola.