Redacción ACI Prensa
Hoy, 3 de junio, la Iglesia Católica conmemora a los cristianos de Uganda que fueron torturados y ejecutados por órdenes del rey Mwanga entre los años 1885 y 1887. El grupo de mártires está encabezado por San Carlos Lwanga quien, junto a sus 21 compañeros, entregó la vida por negarse a participar de los impuros rituales establecidos por el rey.
Los 22 misioneros eran integrantes de la “Sociedad de los Misioneros de África”, cuyos miembros eran conocidos como los “Padres Blancos”, en alusión a las vestimentas que usaban, todas de color blanco. Esta comunidad, una Sociedad de Vida Apostólica, se había constituído años antes en Argelia (1868) con el objetivo de evangelizar a las naciones africanas.
Dispuestos a morir por Cristo
En los inicios de su labor misionera, los Padres Blancos se encargaron de la región de Uganda (en ese entonces, Buganda) como parte del Vicariato del Nilo Superior, establecido en 1878. Los evangelizadores consiguieron ingresar a la región, establecerse y ganar muchas almas para Dios.
En un principio, el rey Mutesa I, padre y predecesor de Mwanga, favoreció la llegada de misioneros y vio con cierto beneplácito a los nativos conversos. Algunos de ellos, laicos, llegaron a ser parte de su corte, como fue el caso de José (Joseph) Mukasa, quien fuera su mayordomo. Lamentablemente, poco después, empezarían las tensiones cuando Mutesa se percató que la “nueva religión” se había convertido en un auténtico obstáculo para el comercio de esclavos que él patrocinaba. La actitud del rey obligó a los cristianos a alejarse.
Mutesa sería sucedido en el trono por su hijo Mwanga, quien había cultivado cierta amistad con algunos misioneros. Sin embargo, la situación no mejoraría en lo absoluto. El nuevo monarca, ahora ostentando el poder, tenía en sus manos la oportunidad perfecta para dar rienda suelta a su personalidad errática y violenta.
El inicio de la escalada
José Mukasa, quien seguía siendo parte de la corte, moriría decapitado por haber reprochado a Mwanga el asesinato de un grupo de misioneros anglicanos. José tenía solo 25 años y era uno de los líderes de la comunidad católica, que para entonces tenía unos 200 miembros. Lo que buscaba Mwanga aparecía con claridad: el escarnio de los cristianos. José, por su parte, les advirtió a sus verdugos antes de morir: “Un cristiano que entrega su vida por Dios no tiene miedo de morir”. José Mukasa fue ejecutado el 15 de noviembre de 1885.
A partir de ese momento, Mwanga endureció su posición y organizó una persecución en todo el país. No estaba dispuesto a tolerar cuestionamiento alguno a sus caprichos, en especial la rotunda negativa de los cristianos a participar de los rituales sexuales -los que incluían la pedofilia- que eran de su agrado. Por haber resistido a las propuestas inmorales del rey, a los veintidós se les conoce también como “los mártires de la pureza”.
Mientras tanto, los cristianos, lejos de atemorizarse, continuaron con sus actividades. Carlos Lwanga, laico catequista y amigo favorito del rey, reemplazó a José como jefe de la comunidad cristiana. Sus oraciones y su capacidad de diálogo permitieron que Mwanga desistiera de toda persecución por 6 meses. Sin embargo, en mayo del año siguiente la violencia volvió a desencadenarse. Muchos fueron capturados y llevados ante la presencia del rey. Este les preguntó si tenían la intención de seguir profesando su religión, “¡Hasta la muerte!”, fue la respuesta de cada uno de ellos. Entonces, el rey ordenó ejecutarlos en un lugar llamado Namugongo.
La masacre
El 3 de junio de 1886 doce misioneros católicos fueron quemados vivos por órdenes de Mwanga. Ese mismo día un grupo de veinte misioneros anglicanos correría la misma suerte. En primera instancia, a todos se les ofreció la libertad si renegaban de su fe, pero, en vistas a que nadie quiso hacerlo, el rey se limitó a mandarlos ejecutar. Finalmente, un segundo grupo conformado por otros diez misioneros católicos compareció ante el monarca. Todos murieron descuartizados a machetazos.
Carlos Lwanga, Andrés Kagwa, y otros 20 jóvenes fueron beatificados el 6 de junio de 1920 por el Papa Benito XV. Posteriormente fueron canonizados por San Pablo VI el 18 de octubre de 1964.
Fuente: aciprensa.com