Cada 11 de agosto, la Iglesia Católica celebra a Santa Clara de Asís, patrona de la televisión y de las telecomunicaciones. Ella fundó junto a San Francisco de Asís la Orden de las Hermanas Pobres, conocidas posteriormente como “clarisas”, instituto perteneciente a la Segunda Orden de los “hermanos menores” o franciscanos. Las clarisas constituyen, de esta manera, la rama femenina de los franciscanos.
Santa Clara, cuyo nombre evoca pureza y luminosidad, nació el 16 de julio de 1194 en Asís, Italia, en el seno de una de las familias nobles de la ciudad. Desde muy pequeña se esforzó por adquirir y crecer en la virtud, por lo que practicaba con asiduidad la oración y la penitencia. Solía ocuparse de las tareas del hogar más difíciles y preocuparse por los detalles más pequeños.
Cuando Clara tenía 18 años, acudió a la iglesia de San Giorgio de Asís. Ese día, San Francisco hizo la prédica en torno a la Cuaresma. Clara, después de escucharlo, le pidió al Santo que la ayudara a vivir también “según el modo del Evangelio”. Desde ese momento, él se convirtió en su guía espiritual y llegaron a ser grandes amigos. Clara, conforme se comprometía más con Cristo, se sentía cada día más atraída por una vida sencilla y de entrega a los más pobres. Ese era, precisamente, el camino que el Señor le trazaba.
La noche del Domingo de Ramos de 1212, Clara abandonó su casa y se encaminó a la Porciúncula, donde vivían los frailes menores. Esa misma noche, en la capilla, frente al Cristo de San Damián, renunció para siempre a las cosas del mundo «por amor hacia el santísimo y amadísimo Niño envuelto en pañales y recostado sobre el pesebre». Se le entregó el hábito de los hermanos menores y el mismo Francisco cortó su rubio cabello. Desde ese día empezó a ser parte de la Orden de los Hermanos Menores.
Santa Clara vivió casi toda su vida religiosa en el monasterio de San Damián. Cierto día, las hermanas tenían un solo pan para alimentar a cincuenta. Santa Clara lo bendijo e hizo rezar a todas el padrenuestro. Clara multiplicó el pan y lo repartió a sus hermanas. Incluso sobró y mandó la mitad sobrante a los hermanos menores. Entonces dijo: “Aquél que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?”.
Una de sus frases más conocidas es “el amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre”. Y, de hecho, su vida fue una vida llena de amor: alegrías inconmensurables, felicidad profunda, pero con mortificaciones, ayuno y oración. Solía decir que para ella todo era su amado Jesús, fuente de su alegría. La vida de Clara se había transformado; toda ella se había hecho ternura.
Uno de los episodios más conocidos de su vida sucedió el día de la Solemnidad de la Natividad de Cristo. Estando gravemente enferma, fue transportada milagrosamente desde su cama a la iglesia de San Francisco. Allí asistió a todo el oficio de los maitines y a la misa de medianoche, además pudo recibir la santa comunión; después, apareció de nuevo en su celda, sobre su cama. Ciertamente Clara jamás había tenido buena salud -se dice incluso que estuvo enferma durante 27 años, mientras vivía en el monasterio de San Damián-. Debido a eso, gran parte de su vida religiosa estuvo marcada por sufrimientos e incomodidades, los que supo sobrellevar de manera heroica.
El Sumo Pontífice, Inocencio III, la visitó en el monasterio hasta dos veces, durante alguno de los peores momentos de su enfermedad. En una oportunidad, después de verla, el Papa exclamó: “Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la que tiene esta santa monjita”.
Muchas ciudades, santuarios y templos llevan su nombre. En septiembre del 2010, el Papa Benedicto XVI, comentó que la vida de Santa Clara es un ejemplo de cuán importantes son las mujeres en la vida eclesial. Para el Papa Emérito, Clara había demostrado con creces “cuánto debe toda la Iglesia a las mujeres valientes y ricas de fe como ella, capaces de dar un impulso decisivo a la renovación de la Iglesia”.
Fuente: aciprensa.com