Redacción ACI Prensa.
Hoy, 27 de julio, la Iglesia celebra a San Pantaleón mártir, médico nacido a fines del siglo III en Nicomedia. Es considerado uno de los catorce “santos auxiliadores”; es decir, se pide su intercesión ante males o enfermedades particulares. Pantaleón intercede contra los dolores de cabeza y la tuberculosis.
El nombre “Pantaleón” está copiado del griego y posee un hermoso significado: “El que se compadece de todos” (Παντελεήμων, Panteleímon), rasgo que el santo supo plasmar a través de la medicina. Todo buen médico debe “compadecerse”, tener empatía con sus pacientes. Precisamente como el dolor no le es indiferente, busca la mejor manera para aliviar o curar.
Una vida dedicada a servir mediante la medicina
Gracias a un antiguo manuscrito del siglo IV -hoy conservado en el Museo Británico (Londres, Inglaterra)- podemos conocer datos importantes sobre la vida y la muerte de San Pantaleón.
Pantaleón nació alrededor del año 275 en Nicomedia (actual Turquía). Fue hijo de madre cristiana, pero no se sintió particularmente tocado por la fe. Apenas alcanzó la edad suficiente, empezó a vivir como un pagano más y rechazó el cristianismo. Sin embargo, su hambre de conocimiento y el deseo de ayudar a otros lo motivaron a hacerse médico, igual que su padre.
Como tal, gozó de gran reputación y fama, llegando a ser médico del emperador Galerio Maximiano. Así, su vida parecía transcurrir sin mayores preocupaciones, hasta que conoció a Hermolao, un sacerdote cristiano. Este lo animó a conocer otro tipo de “medicina”; esa que reconoce que toda “curación proveniente de lo más alto”.
Fue así como Pantaleón entró en contacto nuevamente con la Iglesia. Poco a poco, el médico fue descubriendo que su saber en torno a la naturaleza humana podía cobrar un sentido más elevado y pleno, muy por encima de sus cálculos iniciales. Dios había permitido que experimentara de cerca el dolor de los enfermos y moribundos para volverlo sobre lo trascendente, sobre aquello que está más allá del cuerpo y sus circunstancias.
Pantaleón, así, llegó a comprender que la enfermedad y el sufrimiento no lo destruyen todo, al contrario. Ni siquiera la muerte tiene la última palabra.
Cristo está en el que sufre
En ese proceso de conversión Hermolao fue determinante. La amistad entre ambos abrió una puerta en el corazón del santo, una puerta por la que Cristo entró: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Apoc 3, 20).
Como consecuencia de ese “encuentro” personal con el Señor. Pantaleón empezó a ver en aquellos que sufrían, postrados, vulnerables, al mismo Cristo. Dios había ganado su corazón y la indiferencia quedó atrás.
Condenado a muerte
Cuando la persecución de Diocleciano se extendió a Nicomedia, Pantaleón regaló todo lo que tenía a los necesitados e inició una vida en la clandestinidad como muchos otros cristianos. Aquello acabó cuando algunos médicos que le guardaban envidia lo delataron a las autoridades. En consecuencia, Pantaleón fue apresado junto a otros cristianos entre los que estaba Hermolao.
Cuando la noticia de su captura llegó a oídos del emperador, este quiso salvarlo en secreto. Le mandó decir que le concedía la oportunidad de vivir, siempre y cuando renunciara a su religión. Pantaleón se negó a aceptar tal condición. Luego, para dejar prueba de que su fe era verdadera, curó milagrosamente a un paralítico frente a sus enemigos.
Tal accionar fue considerado una afrenta contra el emperador, por lo que el santo fue condenado a ser torturado hasta morir. Como sus verdugos fracasaron en repetidas ocasiones, se dio la orden de decapitarlo junto a sus compañeros.
Se dice que los intentos fueron seis: primero, lo arrojaron al fuego; luego, le echaron plomo fundido sobre el tórax; tras eso, intentaron ahogarlo, le arrojaron piedras, lo ataron a la “rueda”; finalmente, quisieron atravesar su cuerpo con una espada. Como logró sobrevivir, según la costumbre, se decidió que los verdugos le cortaran el cuello.
Sus victimarios lo habían atado a un árbol seco y que quedó manchado con su sangre. Pocos días después de la muerte de Pantaleón, aquel árbol floreció.
San Pantaleón y sus amigos murieron el 27 de julio de 305. Pantaleón tenía 29 años.
El milagro de la sangre
Sus reliquias -incluyendo muestras de su sangre- se han conservado en distintos lugares: están repartidas entre Constantinopla (Turquía), Ravello (Italia) y el Real Monasterio de la Encarnación en Madrid (España), bajo la custodia de las Agustinas Recoletas.
Es en este monasterio donde se preserva una muestra de su sangre, que permanece en estado sólido casi todo el año, a excepción del 27 de julio. En esta fecha, día de su fiesta litúrgica, se produce el milagro de la “licuefacción” (la sangre de San Pantaleón se vuelve líquida). Cuando el milagro tiene lugar, las religiosas del monasterio abren las puertas del recinto al público para que los devotos aprecien el acontecimiento.
Fuente: aciprensa.com