Redacción ACI Prensa
Cada 6 de junio, la Iglesia Católica celebra a San Marcelino Champagnat, sacerdote francés, fundador de la Congregación de los Hermanos Maristas. A San Marcelino le tocó vivir tiempos en los que su Francia pasaba por una profunda crisis social y política. El santo lideró la que sería la respuesta de la Iglesia: un movimiento religioso centrado en el acceso a la educación, especialmente dedicado a la formación de niños y jóvenes.
La educación es un regalo de Dios
Marcelino José Benito Champagnat Chirat nació el 20 de mayo de 1789, en Marlhes (Francia), en el seno de una humilde familia que habría de sufrir las consecuencias del anticlericalismo y el odio a la fe que acompañó a la Revolución Francesa. Su madre lo consagró de pequeño a la Virgen María y una de sus tías, que le era muy cercana, fue la que le enseñó las primeras letras. Esa tía fue quien introdujo al pequeño Marcelino en el conocimiento de la vida de los santos.
El pequeño miembro de la familia Champagnat no pudo llegar más lejos en la formación escolar pues la familia no tenía cómo costear su educación. Marcelino creció sin asistir a la escuela, pero como sabía leer, se hizo aficionado a las lecturas piadosas que podía encontrar en casa, o en casa de sus familiares. Con ellas aprendió mucho del amor a Dios y a la Iglesia. Por otro lado, como los chicos de su pueblo, aprendió el oficio de albañil y descubrió cierta habilidad para los negocios. Por un tiempo, Marcelino se dedicó a la venta de corderos, con lo que logró ahorrar el dinero necesario para costear sus futuros estudios.
Apenas tuvo edad suficiente, se presentó al seminario menor de su pueblo. Los formadores lo admitieron y lo ayudaron a adaptarse al nuevo ambiente. Sin embargo, encontró dificultad para aprender las materias, a tal punto que casi fue echado del lugar; aunque su buena conducta y el apoyo de sus amigos le permitieron continuar. Uno de sus compañeros de estudios fue otro santo, el futuro San Juan María Vianney -el Santo Cura de Ars-. Juan María, igual que él, tampoco destacó precisamente en los estudios, pero sí en piedad y fervor.
Formado en la “escuela” de María
San Marcelino fue ordenado sacerdote en 1816. Luego, fue enviado como vicario de un sacerdote anciano en uno de esos pueblos apartados en los que la vida gira en torno a las fiestas y borracheras. El santo, en esas circunstancias, animó a todos a acercarse de nuevo a Dios, especialmente a los jóvenes; el P. Marcelino se propuso que los muchachos del pueblo llegaran a la iglesia antes de las seis de la mañana para recibir la catequesis, y lo logró -algo que bien pudo ser considerado “un milagro”-.
El sacerdote solía visitar el Santuario Mariano de la Fourviere. En una de sus visitas, en medio de su oración, recibió la inspiración de fundar una congregación religiosa dedicada a enseñar el catecismo y formar a los más jóvenes. Por aquellos días, había estado acompañando a un joven enfermo de muerte que carecía de toda preparación en la fe. Ciertamente lo pudo ayudar a morir en paz, pero el hecho le dejó un terrible sinsabor. De cara al Señor en la oración, se sintió animado a juntarse con algunos de sus compañeros y comenzar una obra apostólica; entusiasmado llegó a la convicción de que esa obra debía ser educativa. Los jóvenes necesitaban tener la oportunidad de conocer más y mejor a Dios.
“Todo en honor de Jesús, pero por medio de María…”
La fundación de la Congregación de los Hermanos Maristas se produjo el 2 de enero de 1817. La nueva comunidad, consagrada como “compañía de María”, dio inicio a las labores escolares. Sus miembros, conocidos como “los hermanos maristas”, habían recibido del santo la instrucción adecuada para tan elevada misión. El P. Marcelino los envió a las parroquias cercanas en calidad de maestros de religión o catequistas. Mientras tanto, con el correr del tiempo llegaron los nuevos aspirantes a formar parte de la congregación. Con el número suficiente de religiosos-educadores aparecieron las primeras escuelas “maristas”.
El método empleado en las aulas estaba marcado por el ejercicio de la caridad, la práctica del canto y la participación activa de los alumnos. Estaba rotundamente prohibido todo trato humillante, así como los castigos físicos. El P. Marcelino, además, tenía la idea de que toda pedagogía debía centrarse en el amor a María: “Todo en honor de Jesús, pero por medio de María. Todo por María, para llegar hacia Jesús”.
“Nuestra Comunidad -solía recordar a sus religiosos- pertenece por completo a Nuestra Señora la Madre de Dios. Nuestras actividades deben estar dirigidas a hacerla amar, estimar y glorificar. Inculquemos su devoción a nuestros jóvenes, y así los llevaremos más fácilmente hacia Jesucristo”.
Educados para la santidad
San Marcelino Champagnat partió a la Casa del Padre el 6 de junio de 1840 con tan sólo 51 años de edad -lo que pareció siempre una gastritis aguda, se había convertido en un cáncer al estómago, que le ocasionó la muerte. Sin embargo, su obra educativa y espiritual mantuvo el impulso que él le dio, gracias a la persistencia y cariño de sus hermanos de la congregación. Prueba de ello es hoy la expansión de la Orden en muchísimos países.
El fundador de los maristas fue canonizado en 1999 por el Papa San Juan Pablo II, quien en su homilía dijo: “San Marcelino anunció el Evangelio con un corazón ardiente. Mostró sensibilidad a las necesidades espirituales y educativas de su época, especialmente a la ignorancia religiosa y al abandono que experimentaba particularmente la juventud”.
Fuente: aciprensa.com