El Beato Inocencio XI (1611-1689) fue el Papa número 240 de la Iglesia Católica; gobernó entre 1676 y 1689, y es considerado por muchos como el Pontífice más importante del siglo XVII.
Benedetto Giulio Odescalchi -su nombre de pila- nació el 16 de mayo de 1611 en la ciudad de Como, al norte de Italia. Realizó sus primeros estudios con los jesuitas, en su ciudad natal. Posteriormente, continuó su formación en la universidad La Sapienza de Roma y en la Universidad de Nápoles, donde se doctoró en derecho civil y derecho canónico (1639).
Es poco o nada lo que se sabe sobre su ordenación sacerdotal e incorporación al clero, pero para el año 1645, el Papa Inocencio X lo nombró cardenal diácono de la basílica de San Cosme y Damián.
El 21 de septiembre de 1676, después de cincuenta días de cónclave, Odescalchi fue elegido Papa. El proceso había sido muy difícil por la oposición del rey de Francia a su candidatura. Luis XIV quería aumentar su influencia en Europa y sabía que el cardenal Odescalchi no se lo permitiría. Sin bien al final el rey desistió de su plan inicial y apoyó su nombramiento, pronto resurgirían los problemas con el recién elegido Papa.
No pasaría mucho tiempo para que Luis XIV de Francia, el “Rey Sol”, regresara a la carga. Estaba empecinado en extender el dominio político francés en el continente y para ellos era decisivo debilitar el poder papal. Todo el pontificado de Inocencio estuvo caracterizado por las tensiones con Luis XIV. Entre otras cosas, Luis XIV convocó en asamblea al clero francés con el propósito de someterlo al poder estatal. El Papa Inocencio XI se opuso y amenazó con excomulgar al clero francés si se rendía a las exigencias del monarca. La excomunión se hizo efectiva para todos los candidatos episcopales franceses que se sometieron al rey.
El episodio fue tremendamente tenso porque se temía un cisma francés. Ciertamente, la animadversión de Luis XIV hacia Inocencio XI venía desde antes de su elección -el rey había intentado influir en el Cónclave con los votos de sus cardenales afines-, pero la manera como Inocencio XI manejó uno a uno los momentos críticos, con firmeza y sabiduría, trajo como consecuencia el fortalecimiento de la Iglesia, que mantuvo su unidad y que demostraba, una vez más, que podía ser un contrapeso a los abusos o excesos del poder político. Eso le valió al Papa la fama de hombre de paz, de buen estratega y de gran diplomático, dadas las circunstancias particulares que caracterizaron a la Europa del siglo XVII.
Sin embargo, esas características no son ni mucho menos lo más digno de destacar del Beato Inocencio XI. Nada de su buen desempeño hubiese sido posible sin su entrega al servicio de Cristo y de los hermanos humanos. Inocencio XI fue fundamentalmente un hombre asceta, un hombre bondadoso y generoso con los más pobres. Renunció a la opulencia que a veces rodeaba al papado y luchó fuertemente contra el nepotismo del clero -labor que fue continuada por Inocencio XII, su sucesor-. El papa Inocencio XI, además, reformó la administración de la Curia y ordenó las finanzas del Vaticano -él provenía de una familia de banqueros y conocía de estos menesteres-.
Su magisterio estuvo dirigido a acrecentar el amor a la Eucaristía, al enriquecimiento de la teología moral y al conocimiento de sistemas y perspectivas morales, como un intento de aclarar muchas de las controversias de su época. Puso particular interés en fortalecer la doctrina sobre la confesión, y el sigilo y discreción que debe caracterizarla.
Tras una larga enfermedad murió el 12 de agosto de 1689, en el palacio del Quirinal, llorado por el pueblo romano, que lo respetaba y amaba. Fue sepultado en la basílica de San Pedro. Inocencio XI fue beatificado por el Venerable Papa Pío XII el 7 de octubre de 1956. Su fiesta se celebra el 12 de agosto.
Fuente: aciprensa.com