Redacción ACI Prensa
Cada 29 de diciembre la Iglesia recuerda a Santo Tomás Becket, político y religioso inglés, canciller del Reino de Inglaterra (1155-1162) y Arzobispo de Canterbury (1162-1170).
Este gran santo entregó la vida en el martirio por fidelidad a Cristo y a su Iglesia, a instancias del rey Enrique II de Inglaterra, quien, después de haber sido su amigo cercano, montó en cólera y precipitó su ejecución en virtud a la férrea oposición de Tomás al deseo real de controlar a la Iglesia Católica en Inglaterra.
Secretario
Tomás Becket nació en Londres (Inglaterra), en 1118, en el seno de una familia acomodada. Fue educado inicialmente por los monjes de la abadía de Merton en Surrey y posteriormente emigró a Francia, donde estudió en la Universidad de París.
Después de la muerte de su padre y de regreso en Inglaterra, Tomás empezó a trabajar como asistente de Teobaldo, Arzobispo de Canterbury. Por su ingenio y sagacidad, se ganó la confianza del prelado y este lo convirtió en su hombre de confianza.
Junto a Teobaldo viajó por Francia e Italia. Luego, por encargo del arzobispo, realizó numerosos viajes a Roma en calidad de su representante. Gracias a este encargo, pudo conocer muchos de los lugares más importantes y significativos de la cristiandad europea, algo que marcaría su vida para siempre.
Canciller
En 1154 Becket fue ordenado diácono y sirvió como negociador de los asuntos de la Iglesia ante la corona. Más tarde, a sugerencia del Arzobispo Teobaldo, el rey Enrique II lo nombró canciller de Inglaterra, cargo que desempeñó con sabiduría e imparcialidad.
Enrique cultivó una amistad con Tomás, a la que el santo correspondió con su absoluta fidelidad, aun a sabiendas de que el rey pretendía que le fuese útil en la causa contra los obispos ingleses. Estos, a modo de ver del monarca, gozaban de privilegios excesivos en detrimento del poder real -su poder-. Tomás nunca quiso hacer causa común con el rey en ese punto.
Un año después de la muerte del Arzobispo Teobaldo, Tomás sería ordenado sacerdote y, casi inmediatamente, consagrado obispo, con lo quedó habilitado para asumir la sede del Arzobispo de Canterbury.
Arzobispo
Como Primado de la Iglesia en Inglaterra se entregó por completo al servicio eclesial, mientras dejaba que su carácter fuera transformado paulatinamente por el Señor, gracias a su oración constante y a su profundo amor por la Eucaristía.
En el proceso, las formas cortesanas que adquirió durante muchos años de servicio a la corona empezaron a desaparecer, y fueron reemplazadas por la austeridad y el desprendimiento. Tomás se convirtió de a pocos en un hombre generoso y cercano a los pobres, a quienes recibía en la abadía para atenderlos personalmente.
Enemistad con el espíritu de este mundo
Al negarse a secundar los planes de Enrique II, quien se hallaba en plena campaña política para que la Iglesia en Inglaterra se sujete al poder real, optó por el exilio en Francia. Allí consiguió la protección tanto del rey francés como del Papa Alejandro III, quien persuadió a Enrique II de hacer las paces con Tomás. Lamentablemente, tras volver a su patria, las tensiones entre ambos se reiniciaron.
Cuando el rey Enrique tuvo noticia de que el Papa había excomulgado a un grupo de obispos ingleses recalcitrantes, quienes habían usurpado las prerrogativas del Arzobispo de Canterbury, la rabia se apoderó de él. Esa cólera se acrecentó todavía más cuando comprobó que el buen Tomás se mantenía intransigente en su postura.
Para el santo, los prelados debían solicitar el perdón y prometer obediencia renovada al Sumo Pontífice. Mientras tanto, el rey gritaba frente a su corte: “¿No hay nadie que me libre de este sacerdote turbulento?”.
Mártir
Cuatro caballeros que habían escuchado la queja airada del gobernante asumieron que se trataba de una orden y decidieron finiquitar el asunto por propia mano. El 29 de diciembre de 1170, los hombres del rey, acompañados de una tropa de soldados, se aparecieron frente a la Catedral de Canterbury exigiendo ver al arzobispo.
Un grupo de presbíteros intentó proteger al santo y lo forzaron a refugiarse dentro del templo de la abadía, pero Tomás les prohibió cerrar la puerta arguyendo que “una iglesia no debe convertirse en un castillo”. Los caballeros acusaron con gritos al arzobispo de traidor. “Aquí estoy”, dijo Tomás, “no traidor, sino un sacerdote de Dios. Me extraña que con tal atuendo entren en la iglesia de Dios. ¿Qué quieren conmigo?”.
Un caballero levantó la espada para atacarle, pero uno que andaba a su lado lo protegió con el brazo. Entonces, los cuatro caballeros arremetieron juntos y asesinaron al arzobispo sobre los peldaños del atrio del santuario. El golpe mortal sería un sablazo que le partió el cráneo.
“Por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia”
Mientras agonizaba, Tomás repetía débilmente los nombres de sus predecesores asesinados: “San Denis, San Elphege de Canterbury… ”. Sus palabras finales fueron: “Muero voluntariamente por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia”.
El crimen causó indignación y el rey Enrique fue forzado a hacer penitencia pública y construir, como reparación, el monasterio en Witham, Somerset.
400 años después, cuando Enrique VIII rompió la unidad de la Iglesia, Santo Tomás Becket fue sacado del calendario de los santos de Inglaterra, su santuario fue arrasado y sus reliquias quemadas.
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Fuente: aciprensa.com