El Santo Padre hizo esta apreciación en la audiencia que concedió, en el Palacio Apostólico del Vaticano, a los participantes en el XV Capítulo General de la Congregación de los Misioneros de San Carlos, también conocidos como Scalabrinianos.
En su discurso, el Papa puso en valor el tema del Capítulo General: ‘Encuentro y camino. Jesús caminaba con ellos’. Subrayó la imagen de los discípulos de Emaús presente en ese tema. Los discípulos volvían a su aldea, Emaús, decepcionados tras la muerte de Jesús. Sin embargo, se encuentran con el Señor resucitado por el camino y, aunque no lo reconocen, lo invitan a pasar con ellos la noche. Solo durante la cena, al partir el pan, lo reconocen, y en ese momento Jesús desaparece.
En esa escena evangélica, muy presente también a lo largo de los debates del reciente Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, se refleja, según explicó el Papa, la misión de la Congregación: anunciar la Palabra y caminar junto con los que son objeto de la evangelización. En definitiva: evangelización y proximidad, algo extensible a toda la Iglesia.
Francisco quiso descender desde el enunciado teórico a la práctica concreta de ese caminar en proximidad. Así, habló del fenómeno de la migración, con el que la Congregación se siente especialmente comprometida.
“Frente al actual fenómeno migratorio, muy amplio y complejo, vuestra Congregación dibuja los recursos espirituales necesarios para el testimonio”, afirmó. “Vuestra misión se desarrolla en contextos difíciles, y en ocasiones caracterizados por actitudes de sospecha y de prejuicio, e incluso de rechazo hacia la persona extranjera”.
Esa situación “os motiva todavía más a un valiente y perseverante entusiasmo apostólico para poder llevar el amor de Cristo a cuantos, lejos de la patria y de la familia, se arriesgan a sentirse alejados incluso de Dios”.
“El icono bíblico de los discípulos de Emaús muestra que Jesús explica las Escrituras mientras camina con ellos. La evangelización se hace caminando con la gente. En primer lugar, se necesita escuchar a las personas, escuchar la historia de la comunidad. Sobre todo, las esperanzas decepcionadas, las esperanzas del corazón, las pruebas que ha tenido que pasar la fe…”.
Por lo tanto, “lo primero es escuchar, y hacerlo con actitud de compasión, de cercanía sincera”. En este sentido, el Pontífice reflexionó sobre las historias que se encuentran en el corazón de los migrantes, “historias buenas y malas. El peligro está en que esas historias sean eliminadas”, porque “así el migrante queda desarraigado, sin rostro, sin identidad”.
Esa perdida, “se puede evitar mediante la escucha, caminando junto a las personas y a la comunidad de migrantes. Poder hacerlo es una gracia y es, también, un recurso para la Iglesia y para el mundo”.
Después de haber escuchado, continuó explicando el Pontífice, “es necesario dar la Palabra y el signo del pan repartido”. “Es fascinante dar a conocer a Jesús por medio de las Escrituras a personas de diferentes culturas. Contarles su misterio de Amor: encarnación, pasión, muerte y resurrección”.
“Compartir con los migrantes el estupor de una salvación que es histórica, que es universal, que es para todos. Disfrutar juntos de la alegría de leer la Biblia, de tomar de ella la Palabra de Dios para nosotros hoy. Descubrir que, por medio de las Escrituras, Dios quiere dar a estos hombres y a estas mujeres concretas su Palabra de salvación, de esperanza, de liberación de paz”.
Y luego, “invitar a la Mesa de la Eucaristía, donde las palabras disminuyen y permanece el Signo del Pan repartido: Sacramento en el cual todo que resumido, en el que el Hijo de Dios ofrece su Cuerpo y su Sangre para la vida de todos los migrantes, de todos los hombres y mujeres que se arriesgan a perder la esperanza y que, para no sufrir prefieren cancelar su pasado”.
Francisco aseguró a los miembros del Capítulo General de los Scalabrinianos que “Jesús Resucitado también os manda a vosotros, hoy, en la Iglesia, a caminar junto a muchos hermanos y hermanas que recorren, como migrantes, su camino de Jerusalén a Emaús. Misión antigua y siempre nueva; agotadora y, en ocasiones, dolorosa, pero capaz también de hacer llorar de alegría”.
El Papa finalizó su discurso pidiendo no olvidar que “la condición de cada misión en la Iglesia es que estamos unidos a Cristo Resucitado como los sarmientos a la vid”.
Fuente: aciprensa.com