Saludamos a este amado pueblo de México colocado en el regazo de Santa María de Guadalupe, y que padece por esta grave herida provocada por la violencia y la inseguridad, recordando el afecto de nuestra Madre Santísima al presentarse a San Juan Diego: “Porque, en verdad, yo soy vuestra madrecita compasiva, tuya y de todos los hombres que vivís juntos en esta tierra y también de todas las demás gentes, las que me amen, las que me llamen, me busquen, confíen en mí.”
En el año 2010, los obispos mexicanos expresamos nuestra gran preocupación por los niveles de violencia que se daban en el país. Nuestra preocupación la expresamos en la exhortación pastoral “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna”. Después de hacer un análisis y un discernimiento pastoral del momento, hicimos pública nuestra visión cristiana acerca de los orígenes de la violencia y la inseguridad y propusimos una serie de caminos que impulsaran la construcción de la paz, de acuerdo a los más diversos contextos en las diferentes regiones del país.
Lamentamos mucho que las cosas no han mejorado hasta el momento presente y ahora nuestra preocupación es mayor. Desde que el gobierno mexicano decidió́ lanzar su guerra contra el narcotráfico, informaciones fidedignas señalan que se han contabilizado en el país 174.000 homicidios dolosos.
La escalada de la violencia ha ido en franco ascenso, aún y cuando las cifras oficiales no reflejan totalmente la situación, es notorio el espectro de muerte y otras violencias no denunciadas que se ciernen sobre nuestra nación así como el duelo prolongado que se vive en nuestras familias ante las desapariciones, tanto denunciadas como no denunciadas,
De una forma especial, nos ha sido extremadamente útil la escucha atenta del dolor y sufrimiento de nuestro pueblo para comprender que la situación del país se ha complicado de manera grave y que no se avizora una salida a esta otra crisis humanitaria que se vive en muchas regiones y que resulta igual o más dolorosa que la crisis humanitaria que se está viviendo a partir de los sismos de este año.
Los factores que contribuyen a la violencia y a la inseguridad, siguen vigentes y, aún más, se han endurecido, entre ellos la corrupción, la desigualdad, el desempleo, la impunidad, la ineficaz procuración de justicia, el abandono al campo, entre otros. Por otra parte, la violencia y la inseguridad ya se han extendido a casi toda la geografía nacional y algunas de nuestras ciudades forman parte del elenco vergonzoso entre las más violentas del mundo.
El fenómeno de la violencia tiene orígenes multifactoriales por lo que se ha hecho cada día más complejo y no se puede seguir explicando como consecuencia de enfrentamientos entre bandas criminales. Desgraciadamente este fenómeno se ha ido extendiendo hacia nuevos ámbitos políticos y sociales. Necesitamos el resultado de las investigaciones ministeriales para conocer el significado de las ejecuciones de actores políticos, lo mismo que de periodistas y de defensores de derechos humanos. Resulta también extremadamente grave tanto el crecimiento como la extensión geográfica de los feminicidios y de otras acciones violentas contra las mujeres.
Nos preocupa humana y pastoralmente que esta situación está empeorando cada día y por ello interpelamos a todos, a las autoridades y a los ciudadanos. Como Iglesia católica también nos sentimos interpelados y, por eso, los obispos levantamos nuestras voces para urgir a la responsabilidad de todos, ya que cuanto más tarden las soluciones de fondo a la situación de violencia y de inseguridad, será más difícil avanzar hacia una auténtica paz.
Hoy se requieren acciones legislativas que, en un paquete con visión integral, marquen una ruta crítica para resolver las causas, pero también eviten la permanencia de políticas como la de la presencia de las fuerzas armadas en funciones policiacas y logren un consenso de todas las fuerzas políticas y sociales en orden a establecer estructuras nacionales, estatales y municipales de seguridad eficaces y respetuosas de los derechos de todos. Decisiones basadas en acuerdos que lleven a formas de corresponsabilidad y complementariedad y que darán un mejor resultado que las decisiones tomadas desde una perspectiva parcial. Avancemos ya hacia tener instituciones que, con capacitación, coordinación y equipo cualificados, provean nuestra seguridad interna, para así dejar al ejército en su función de seguridad nacional.
Conectado con ello, una realidad urgente de atender se encuentra en los Centros de Readaptación Social, que siguen teniendo resultados sociales contraproducentes y con reiteradas violaciones a derechos y para los que es urgente, una reorientation profunda. Unido a esto está el tema de la corrupción en los ministerios públicos, cuya actuación dista mucho de responder a la necesidad social de procuración de justicia.
Es asimismo urgente que el Estado intervenga con eficacia ante el avance de las dinámicas de violencia que se han desatado en el país, atendiendo a sus causas y factores de riesgo para desactivarlos, buscando caminos y procesos de transformación. Un aspecto que requiere ser atendido de fondo es la corrupción pública que ha favorecido a las organizaciones criminales y a sus acciones ilegales y violentas.
Por otra parte, necesitamos promover una mayor responsabilidad ciudadana en este tema, tanto contribuyendo directamente a través de acciones desde los diferentes ámbitos de la sociedad como urgiendo a los gobiernos para que asuman sus propias responsabilidades. Desafortunadamente somos una sociedad civil fragmentada y dispersa que no ha tenido capacidad de incidir lo suficiente, ni en lo social ni en lo político, para canalizar los esfuerzos de la sociedad hacia procesos que contribuyan a la construcción de la paz y la cohesión social. Debemos todos contribuir a fortalecer a una sociedad civil responsable y articularnos mediante nuevos modelos de diálogo y colaboración que incorporen a todos los actores en procesos plurales, resolutivos, propositivos y comprometidos.
Es indispensable que como sociedad eduquemos para la paz, la justicia, la conciencia ética, para vivir en un estado de derecho y derechos, y una verdadera cohesión social. Por ello nos preguntamos si será válido un proceso de una reforma educativa que no llega a resolver la necesidad real de promoción de los valores y la cultura de cada pueblo; porque perdemos identidad cuando buscamos uniformidad, sobre todo si no hay un proyecto claro de Nación como punto de llegada de la educación.
Estamos ya en los umbrales de los procesos electorales que se darán en todo el país rumbo a las elecciones del año próximo. No podemos ocultar una serie de preocupaciones al respecto. La primera consiste en la posibilidad de que la agenda política y social abandone los esfuerzos por contener la violencia y por construir la paz, marginándolos del debate político-electoral. El segundo temor consiste en que se pueda distorsionar y manipular la situación de violencia en el país para favorecer intereses partidistas o facciosos. Puede darse un manejo superficial y frívolo de este escenario nacional simplemente para buscar votos. Animamos y estaremos atentos para promover campañas pacíficas y centradas en los problemas de mayor trascendencia.
De una enorme importancia son los medios de comunicación en este momento, por ello les pedimos que “sean maestros del lenguaje de la paz, tengan siempre como objetivo la verdad y el bien de la persona y del pueblo de México”. (251)
Hacemos nuevamente un llamamiento a quienes practican la violencia, a quienes, por cualquier razón, se han involucrado en las diversas formas de crimen organizado. “Dios los llama a la conversión y su perdón está siempre dispuesto, pero deben arrepentirse. «Piensen en el mal que están provocándoles a una multitud de jóvenes y de adultos de todos los segmentos de la sociedad… La dignidad humana no puede ser pisoteada de esta manera. El mal provocado recibe la misma reprobación hecha por Jesús a los que escandalizaban a los ‘pequeñitos’, los preferidos de Dios.» “¡arrepiéntanse y cambien de vida! Busquen la vida y no la muerte. Dios está siempre dispuesto a perdonarles; sólo les pide que reconozcan sus errores; que se arrepientan de ellos y no lo ofendan más agraviando a sus hijos; que reparen los daños y se retiren de esta actividad de muerte”. (254-256)
La Iglesia católica, por su parte, quiere contribuir con su participación activa a partir de su propia misión espiritual mediante la evangelización. El Evangelio contiene en sí mismo el germen de la paz que tanto se necesita en nuestro país. Por eso, los obispos y el pueblo católico, nos sentimos responsables de dar nuestro aporte que ayude a despertar las energías necesarias de todos los mexicanos a favor de la paz.
Ante todo, a quienes han vivido en carne propia cualquier tipo de violencia queremos hacer llegar nuestra solidaridad y buscaremos más activamente escuchar y acompañar a las víctimas, estableciendo centros orientados a ello en las diócesis y parroquias.
Promoveremos, especialmente en las zonas de mayor pobreza, acciones en favor de soluciones permanentes basadas en la solidaridad de toda la sociedad.
Nuestras campañas de oración comunitaria, esperamos que también contribuyan a dar esperanza y promover la reconstrucción de la cohesión social.
Nos comunicaremos, a través del diálogo social, con diversos actores sociales transmitiendo de palabra y acción gestos de pacificación, perdón y reconciliación, que construyan paz y justicia en las comunidades.
Nos acercaremos con mayor empatía a las y los jóvenes para escuchar sus problemáticas y sus esperanzas, para responder a ellas en lo posible y transmitirlas a la sociedad y gobiernos.
Exhortamos a todos los católicos a participar activamente en todos los esfuerzos que contribuyan verdaderamente a una vida en paz en sus familias, sus comunidades y barrios y en la vida política y social.
Hoy, como en 2010, “ofrecemos nuestro servicio para facilitar el diálogo y acercar a las partes en los conflictos, para que se supere la sinrazón de la violencia y mediante el diálogo se encuentren caminos de paz y reconciliación”. (253)
De la mano de Santa María de Guadalupe, nuestra compasiva Madre, queremos seguir caminando con y encaminando a nuestro pueblo por caminos de progreso, justicia, verdad y paz.
Con nuestra oración, cariño y bendición.
12 de Diciembre de 2017
Excmo. Mons. José Leopoldo González González,
Obispo de Nogales,
Presidente
Comisión Episcopal para la Pastoral Social-Cáritas,
Excmo. Mons. Carlos Garfias Merlos,
Arzobispo de Morelia,
Responsable por la Dimensión de Justica, Paz y Reconciliación, Fe y Política,
Excmo. Mons. Domingo Díaz Martínez
Arzobispo de Tulancingo,
Responsable por la Dimensión de Pastoral de la Salud,
Excmo. Mons. Guillermo Ortiz Mondragón,
Obispo de Cuautitlán,
Responsable por la Dimensión de Movilidad Humana,
Excmo. Andrés Vargas Peña,
Obispo Auxiliar de la 8ª. Vicaría Episcopal de la Arquidiócesis de México,
Responsable por la Dimensión de Pastoral Penitenciaria,
Excmo. Jorge Alberto Cavazos Arizpe,
Obispo de San Juan de los Lagos,
Responsable por la Dimensión de Pastoral Laboral,
Excmo. José de Jesús González Hernández,
Obispo Prelado de El Nayar,
Responsable por la Dimensión de Pastoral Indígena.