Mariápolis.
El sábado 5 de octubre del 2024, tuvimos la fortuna de cosechar lo que otros ya habían sembrado. Ese día fue bendecida la hermosa silueta dorada de acero de nuestra señora de Guadalupe, de 22 toneladas de peso y 12 mts de altura, en un lugar conocido como Mariápolis, en Piedras Negras, Coahuila, espacio donde ya estaba colocada desde hace años una esbelta cruz metálica de 30 mts de altura.
Entre los que sembraron se encuentran muchas familias que consiguieron y adecuaron el terreno; Mons. Alonso Gerardo Garza Treviño, mi querido antecesor, y la alcaldesa Norma Treviño Galindo, quien impulsó la construcción y colocación de la imagen. Y muchos otros, sacerdotes y laicos, que ofrecieron ideas, mano de obra, materiales y sobre todo su cariño y oración.
La imagen de nuestra señora de Guadalupe, significa para los mexicanos una presencia de paz para su pueblo, ya que desde sus apariciones en el cerrito del Tepeyac, anunciaba que las luchas entre los dioses antiguos como entre los hombres habían terminado, que ya no habría en adelante mexicas ni tlaxcaltecas, zapotecas ni mixtecos, indios ni españoles, sino una nueva sociedad en la que todos estaban incluidos y arropados bajo el manto de su maternidad divina, para llegar a ser todos verdaderos hermanos. La Virgen de Guadalupe tiene el color de la piel de los retoños, primeros mestizos, resultantes de la mezcla de estos dos últimos pueblos, y que eran menospreciados en ese momento porque no se identificaban plenamente ni con uno ni con otro, pero que al mismo tiempo llevaban la sangre y altivez del extranjero que llegaba, y la sangre y rebeldía del nativo que ahí vivía.
No obstante, el mensaje poderoso de nuestra Señora de Guadalupe, nos habla de serenidad y paz, y de fraternidad entre los pueblos; ella sobre todo, sabe del dolor que sufren los pobladores originarios, y de los que van naciendo en estas tierras, conoce sus agobios y sus penas, tanto así, que sus palabras en ese momento dirigidas al indio Juan Diego, expresan el más grande consuelo, cuyo efecto llega a nuestros días, y se extiende y traspasa la barreras de los colores de piel, las lenguas, las naciones y las religiones.
En la imagen recién bendecida, se observa con nitidez el doble color de su vestido, que en el día aparece en color azul cielo, y por la noche, se adorna con las estrellas, así mismo, se distingue con claridad, al centro de la silueta, la flor de cuatro pétalos, llamada Nahui Ollín, misma que aparece en el calendario azteca, y que representa la llegada del quinto sol, y que significa el centro del universo, plenitud del espacio y del tiempo, origen de la vida y del movimiento, en clara alusión a Jesucristo nuestro Señor, por quien la Virgen, preñada, se coloca una cinta que ciñe su vientre, y una cruz sobre la piedra de jade de su collar.
Sus palabras que aparecerán al pie de la preciosa imagen en Mariápolis, son: “Oye hijo mío el más pequeño, no dejes que nada te asuste ni te aflija, que no se turbe tu corazón… ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud?”. Son en verdad un bálsamo, y la hermosa expresión de una maravillosa gracia, de que aquí también en estas tierras de Coahuila, ha querido, la Madre de Dios, hacerse presente, y expresar a todos, católicos y no católicos, un signo de su bondad, una palabra de consuelo, un gesto de cercanía y una caricia de ternura.
Que Mariápolis sea un abrazo de paz, donde toda persona se sienta amada y socorrida, y pueda encontrar un refugio seguro, consuelo para sus penas, alivio a su dolor, alegría en su tristeza y esperanza en la tribulación.
Que hagamos de él, un espacio vivo, fuente de gracia y de paz para toda la gente de la Diócesis de Piedras Negras, del Estado de Coahuila, de nuestras fronteras con el Estado de Texas, y de todo México y Estados Unidos, para la mayor Gloria de Dios.
• Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola