La conocí en uno de los recesos del encuentro nacional de familia que tuvo lugar en el Gimnasio de la UVAC en Morelia en el 2022, cuando se acercó a un servidor en medio del barullo de tanta gente. Tuve que inclinarme y concentrarme para entender lo que me decía. Al momento me di cuenta que tenía discapacidad para hablar, para caminar, para mover su cuerpo y sus manos. No obstante robó mi atención, mi número telefónico y mi promesa de darle un espacio en alguna reunión nacional de familias.
Ese mismo día, bajo un gigantesco toldo que resguardaba las mesas para que comieran los 500 asistentes, coincidimos para comer, y ahí supe que a pesar de su discapacidad, llamada parálisis cerebral cuadripléjica moderada, era directora de una fundación para ayudar a familias con algún miembro con discapacidad, que tenía una licenciatura, una maestría, y que manejaba su propio automóvil. Sin dudar, me lanzó el reto de subirme con ella a su carro, sugiriéndome que me confesara antes: Le contesté que con gusto, que después lo haría, y guardé el desafío en mi corazón.
Pasaron dos años, y ahí estaba ahora Andrea dando una conferencia magistral delante de 70 sacerdotes provenientes de 50 diócesis, hablando de la necesidad de atender a los 20 millones de personas que poseían alguna discapacidad, y a las casi 5 millones de familias que los atendían. Esto solo en nuestro país.
Al acabar la conferencia, me recordó el reto, y le dije: va. Por lo que seguí sus pasos zigzagueantes y titubeantes hacia su carro, adaptado a su única mano disponible (ya no alcancé a ninguno de los padres para confesarme, así que solo me persigné), en el cual me llevó al auditorio de la UNIVA en Guadalajara, donde ella daría la misma ponencia a más de 500 agentes de pastoral familiar de todo el país. En el trayecto me enteré de que estaba estudiando un doctorado, y tenía bajo su responsabilidad a más de 15 personas que dependían económicamente de ella, muchas boquitas que alimentar, alegremente me decía.
Al acabar ambas conferencias, los sacerdotes y los agentes de pastoral, cada uno en su momento, ovacionaron de pie por su valiente, sabia y emotiva exposición a Andrea Flores Ruiz, quien ganó el premio nacional de la juventud en el 2019. Por ser una mujer de progreso, escritora, conferencista internacional, defensora acérrima de los discapacitados, consejera de familias, y a quien nada ni nadie detiene, venciendo todo obstáculo y dificultad.
En sus charlas, tal vez no se le entienda todo lo que proclama en favor de la inclusión de los discapacitados, y en contra de su invisibilidad y falta de apoyo, pero lo cierto es que, con su entereza y simpatía pero sobre todo con su pasión, por sí misma ella es el mensaje. Del cual destaco solo tres brillantes ideas:
La primera:
– Andrea, ¿por qué algunos dicen que no es correcto decir “discapacidad”, sino personas con capacidades diferentes?
– Eso no es correcto, por que mencionarlo así, invisibiliza la discapacidad de una persona y la necesidad que tiene de ayuda, por parte de su familia y de toda la sociedad.
La segunda: Ella nos platicó que San Ignacio de Loyola se convirtió a Dios y se unió a la Iglesia, después de haber caído herido en combate por la batalla de Pamplona, y haber permanecido en convalecencia largo tiempo, estando a punto de perder su pierna y quedar discapacitado permanentemente. Por eso lo presenta como patrono de los discapacitados, porque, lo afirma ella con vehemencia, si no hubiera estado lisiado en la cama, no habría leído libros de los santos, no se habría convertido, no hubiera sido sacerdote, no habría jesuitas y hoy no tendríamos al Papa Francisco.
La tercera pregunta la dirige a los sacerdotes, a los fieles y a quien lee este texto: ¿Dónde están las miles de personas con discapacidad de su comunidad? ¿Van a sus grupos, van a sus misas?
Y remata: se los dejo de tarea.
Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola
6 al 10 de noviembre del 2024 en Guadalajara.