Misa por los 100 años de la parroquia del Sagrado Corazón en Nueva Rosita, Coah.  

A mi llegada, ese viernes 24 de enero del 2025, antes de entrar en la sacristía, y ya casi para empezar la misa de las siete de la tarde, me abordan los reporteros en la angostura de la calle impidiéndome pasar, y a quema ropa me preguntan: ¿es la primera vez que viene a esta parroquia? Sí – les contesto rápido -, es la primera vez que me invitan en 100 años. 

Y luego de platicárselo a los fieles en la homilía, que por cierto abarrotaron el histórico templo, les agrego: y espero que no vayan a esperar otros 100 para volverme a invitar.
Y la segunda pregunta que me hicieron los periodistas fue: ¿Es cierto lo que dicen, que en esta emergencia de deportación masiva, las autoridades piden que es mejor llevar a los deportados a los centros estatales y federales preparados para ellos? A lo que les contesto: antes de esta emergencia, desde hace muchas décadas ya estaba la Iglesia católica atendiendo a los migrantes y deportados, a través de sus albergues, comedores y ayuda directa en las parroquias, y una vez pasada esta emergencia, se cerrarán los centros estatales y federales, y la Iglesia seguirá abierta, brindando este servicio, haya o no emergencia.  

En este mismo sentido, esta parroquia del Sagrado Corazón ha estado presente acompañando a este pueblo de la región carbonífera a lo largo de un siglo, y ha estado con él, en sus dramas y tragedias, desde el accidente en la mina 4, en Palau en 1925, hasta el acaecido en Pasta de Conchos el 19 de febrero del 2006. Numerosas inundaciones y explosiones en las minas y pocitos, que han llenado de luto a esta sufrida comunidad, que ha llorado a sus muertos sepultados en las minas, las cuales debieran ser vistas sólo como lugares de trabajo y vida, y no como espacios de tristeza y muerte. Sin embargo, la Iglesia siempre ha estado ahí, como un espacio abierto, para entrar y encontrarse con Dios, platicar con él, y recibir su palabra y su consuelo. Abierta para que las lágrimas de cada esposa o madre, que ha perdido a su ser querido, sean enjugadas por la santísima Virgen María, siempre presente al costado de la cruz, y de pie, para levantarnos y sostenernos. Y así seguiremos, con la tarea de abrazar, hasta transformar el dolor, en un santuario de consuelo y esperanza. 

Hidalgo 
Al día siguiente, una vez más fuimos a Hidalgo, Coahuila, el Padre Chano del vecino Guerrero, con su sombrero vaquero; las hermanas religiosas del secretariado de catequesis, quienes iban por primera vez, y un servidor, con mi caballo blanco que no se raja, para celebrar la misa y atender a las gloriosas dos catequistas del pueblo y para animarlas, pero, los que salimos más animados fuimos nosotros, por el temple, entusiasmo y fe de estas damas, que pese a la lejanía, la peligrosa y solitaria ribereña, y la poca asistencia pastoral, han mantenido valerosamente la fe (no obstante las templos cristianos que han aparecido), y continúan preparando a los niños y niñas, para la comunión y la confirmación. Ahí estuvieron estos últimos en la misa, a los que premiamos al final, no con dulces y galletas, que se nos olvidaron, pero sí jugando osadamente al calabaceado en la plaza de enfrente. 

+ Alfonso G. Miranda Guardiola