Las ruinas de Guerrero, Coahuila.

La última semana de agosto del 2024, visité la parroquia de San Juan Bautista, ubicada en el municipio de Guerrero, al noreste de Coahuila, al mes de mi llegada a la diócesis de Piedras Negras, y me enteré que desde hacía apenas dos años tenían un sacerdote fijo, después de 140 años. Visitamos las tres capillas, celebramos misa en la parroquia, y conocimos las famosas ruinas del pueblo, aunque dice su párroco, el padre Chano que no son ruinas, porque nunca vivió alguien ahí, ni funcionaron como convento o hacienda, pues sea como sea, para todo el mundo, con el perdón del padre, son las ruinas de Guerrero. La cosa es que estando ahí, hablamos al municipio vecino, llamado Hidalgo, que hasta donde sé no ha sido atendido pastoralmente por un sacerdote fijo, desde tiempos inmemoriales. Actualmente solo se celebra una misa a la semana por un sacerdote de la diócesis vecina. 

Les platico una anécdota relacionada: Otro sacerdote, el Padre Mere fue enviado al pueblo de Hércules, Coahuila, al inicio de su ministerio sacerdotal, hace más de 25 años, con la consigna de parte de su Obispo, en ese entonces el Obispo de Saltillo, que le pidiera al Arzobispo de Chihuahua, si podía ocuparse de ese pueblo, ya que estaba muy lejos de la cabecera episcopal, y muy cerca de su territorio arquidiocesano. Así que por dos años se empeñó el padre Mere en tal Misión, al final de la cual, el Arzobispo de Chihuahua lo mandó llamar y le dijo, te daré un mensaje para tu obispo sobre Hércules. Dile que ese pueblo no es de mi rebaño, y que pertenece a otro Pastor, y que además yo no tengo suficientes sacerdotes para atenderlo. 

Esta pequeña historia viene a colación, por el municipio fronterizo de Hidalgo, con sus tres templos católicos, y sus más de 2000 habitantes, que viven al extremo oriente del Estado de Coahuila, colindando con los Estados de Nuevo León y de Tamaulipas, y que por lo menos desde hace 45 años, antes de que existiera la Diócesis de Piedras Negras, era atendido pastoralmente, primero por la Arquidiócesis de Monterrey, y luego al crearse la de Nuevo Laredo, por ésta. El caso es que actualmente pertenece a la Diócesis de Piedras, y no tengo la menor idea de si alguna vez tuvo sacerdote fijo, lo único que sé es que por ahora celebra una misa el sábado a mediodía, un fraile franciscano que viene de la Diócesis de Nuevo Laredo. 

La razón que se infiere, es que es un pueblo muy lejano, por encontrarse en uno de los extremos orientales de la Diócesis, tener poca gente, y estar sobre un segmento de la carretera llamada la Ribereña, con fama de ser muy peligrosa, y que por falta de vocaciones, se ha quedado sin sacerdote fijo. Es  cierto que es una zona donde no han faltado secuestros (ni los políticos se han salvado), falsos retenes, robos, balaceras, persecuciones, y mucho más, sin embargo, ¿qué pueblo o diócesis de nuestro País se salva de tal sufrimiento y violencia? (San Cristóbal de las Casas, Chilpancingo – Chilapa, Acapulco, Apatzingán, Zacatecas, Culiacán, por citar solo algunos). 

Al empezar a escribir estas líneas, hoy 28 de octubre, fiesta de los santos apóstoles Simón y Judas, me estoy preparando para hacer una pequeña visita pastoral a Hidalgo, el sábado 2 de noviembre, y encontrarme con la gente de ese valiente pueblo, para celebrarles la santa misa; para verlos, escucharlos, bendecirlos y estar con ellos, y mostrarles un poco de cercanía de parte de su Pastor, y hablarles de la vida, no de la muerte, y decirles que si ahora no tenemos un sacerdote de planta ahí, no están solos, uno no deja solo al más pequeño y vulnerable de sus hijos, menos si está en riesgo o amenazado, al contrario, más se le cuida, se le acompaña y se le protege. Es mi intención, les diré con el favor de Dios, empezar a visitarlos más seguido, y hacernos más presentes, como Diócesis de Piedras Negras a la que pertenecen, buscando la manera de ayudarlos, animarlos y sobre todo estar con ellos. 

Yo quisiera adelantarme antes de que otro obispo me diga: ”Ese pueblo no es de mi rebaño, y pertenece a otro Pastor”. 

El único temor que tengo, es de encontrarme con la existencia de muchos templos de los hermanos separados, y me dé vergüenza, de que ellos sí estén ahí, y nosotros, los católicos no hayamos estado. 

En la siguiente semana les platicaré, Dios mediante, cómo nos fue… Nos encomendamos mutuamente en la oración.  

 Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola