Redacción ACI Prensa
Cada 18 de junio, la Iglesia celebra a San Gregorio Barbarigo, cardenal, académico y diplomático italiano del s. XVII, cuyos coetáneos calificaban de “hombre misericordioso con todos, pero severo consigo mismo”.
Del servicio diplomático al servicio de Dios
Gregorio Giovanni Gasparo Barbarigo nació en Venecia (Italia) el 16 de septiembre de 1625, en el seno de una de las familias más conocidas de ese reino. Recibió una buena formación católica y profesional. A la edad de 20 años fue convocado por el gobierno veneciano para acompañar al embajador Luigi Contarini al célebre Congreso de Munster, en el que se firmaría el “Tratado de Westfalia” que puso fin a la Guerra de los Treinta Años. En aquella ocasión conoció al nuncio apostólico Fabio Chigi, quien se haría su amigo y director espiritual, acompañando al santo en el camino de discernimiento que lo condujo al sacerdocio. A los 30 años, en 1655, Gregorio sería ordenado sacerdote, mientras que Chigi -quien había sido creado cardenal- sería elegido como el nuevo Papa bajo el nombre de Alejandro VII.
Fue así que su amigo y consejero de siempre, ahora cabeza de la Iglesia, nombró a Gregorio canónigo de Padua y después, en 1657, obispo de Bérgamo. En 1660 el santo fue creado cardenal y cuatro años más tarde se le transfirió al obispado de Padua. Entre 1664 y 1697 Gregorio ocuparía el cargo de obispo de aquella diócesis.
Difusor de la cultura católica
Como pastor Gregorio se condujo con santo celo, procurando el bienestar de su grey, al tiempo que hacía esfuerzos por fortalecer y expandir la cultura católica. Estaba convencido de que una vida de acuerdo al Evangelio era la mejor contribución que puede hacerse a la sociedad. Para ello, por ejemplo, se hizo de un par de imprentas, las que puso al servicio de su diócesis. San Gregorio quería que se publique y divulgue más la literatura católica, muchas veces rezagada con respecto a las publicaciones seculares o anticlericales. “Para el alma son necesarias muchas lecturas y que sean muy espirituales”, solía decir. Era claro, pues, que había que hacer uso de las herramientas disponibles en su tiempo -la imprenta, el libro- si se quería producir un mayor bien a las almas y su experiencia de fe.
En la misma línea, Barbarigo se preocupó de la formación de sus seminaristas: consiguió formadores competentes y aseguró el financiamiento de los seminarios de Padua y Bérgamo.
En Padua el santo también fundó una biblioteca y una escuela políglota -la que se convertiría en una de las mejores de Italia-. Mandó construir escuelas populares y catequéticas, preocupado no solo por la educación de los jóvenes sino también por la formación de padres y educadores.
Una Iglesia que se renueva en la entrega a los demás
De personalidad benigna y misericordiosa, Gregorio se mostraba solícito con sus hijos espirituales, preocupado por quienes sufren o están en desgracia. Durante la gran peste de Roma apoyó a la Iglesia en la atención de los enfermos.
San Gregorio, interesado en fortalecer la contrarreforma, fundó la Congregación de los Oblatos de los Santos Prosdócimo y Antonio, inspirado por el ejemplo de otro gran santo, Carlos Borromeo, Arzobispo de Milán e impulsor de la reforma tridentina.
San Gregorio Barbarigo murió santamente el 15 de junio de 1697. Fue beatificado en 1761 y canonizado por el Papa San Juan XXIII, el 26 de mayo de 1959.
Fuente: aciprensa.com