Redacción ACI Prensa
Como cada 7 de abril, hoy la Iglesia Católica celebra la fiesta de San Juan Bautista de la Salle, sacerdote, visionario de la formación escolar católica y pedagogo de gran influencia; es el patrono de los educadores.
San Juan Bautista de la Salle fue el fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (lasallistas o lasallanos), orden religiosa dedicada a la tarea de formar a las nuevas generaciones.
“Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10, 8)
Juan Bautista de la Salle nació en Reims (Francia) en 1651. Su familia gozaba de cierta solvencia económica, lo que le permitió gozar de una buena educación -a la que no accedía el común de los niños franceses de ese entonces-.
Fue a través de sus estudios como Juan Bautista empezó a conocer mejor su fe católica y a interesarse en el conocimiento y la ciencia en general. Concluidos sus primeros esfuerzos académicos se graduó como Maestro en Artes. Juan Bautista, a la par, iría descubriendo por esos años que Dios lo llamaba a servirlo a través del sacerdocio. Es así como se presenta al seminario de San Sulpicio, en París, donde sería admitido cumplidos los 18.
Dios le encomendaría una misión inesperada a sus cortos 19 años: tras la muerte de sus padres, tendría que hacerse cargo de sus hermanos menores, repartiendo su tiempo entre la formación en el seminario y la responsabilidad de velar y asegurar el bienestar de los suyos. Con aplomo, el jovencito se convirtió en el ‘hermano-profesor’, una figura que encarnaría y que sería muy influyente en su estilo educativo.
Vocación de sacerdote y maestro
Los años pasaron rápidamente y Juan Bautista quedó listo para ser ordenado sacerdote. El santo recibió el sagrado orden cumplidos los 27. El novel sacerdote, en virtud a su carisma e inteligencia, hacía presagiar una prometedora carrera eclesiástica. Sin embargo, él, en lo profundo del corazón, se sentía llamado a algo muy diferente. El Señor le había estado mostrando el camino del servicio a los más pobres, así como las múltiples necesidades y carencias que sufren, en especial quienes los más pequeños. Conmovido por esta realidad, al P. Juan Bautista se le ocurrió la idea de reunir un grupo de maestros laicos y brindarles formación humana, pedagógica y cristiana, de manera que estén mejor preparados para ejercer la docencia. El sacerdote estaba convencido de que a través de una buena educación los seres humanos pueden florecer con mayor facilidad y agradar a Dios mientras transforman la sociedad. Para eso es indispensable contar con buenos maestros.
El llamado a ser maestro, como Jesús, Juan Bautista lo resumió en estas palabras: “La gracia que se os ha concedido de enseñar a los niños, de anunciarles el Evangelio y de educar su espíritu religioso es un gran don de Dios”
Los primeros pasos de una gran comunidad
El 24 de junio de 1681, Juan Bautista de La Salle y algunos de sus maestros más comprometidos con su ideal, iniciaron la aventura de compartir la vida en torno a Dios. Los futuros religiosos se reunieron para vivir juntos en una casa alquilada. Este hecho marcó el inicio de lo que hoy conocemos como la Congregación de Hermanos de las Escuelas Cristianas (Institutum Fratrum Scholarum Christianarum) o, simplemente, ‘hermanos de la Salle’.
El P. Juan Bautista y su nueva comunidad empezaron una serie de reformas educativas consideradas hitos en la historia de la pedagogía. El santo, por ejemplo, introdujo la enseñanza en grupo para los niños -en ese momento se instruía a cada niño por separado-, fundó una escuela gratuita en París para muchachos pobres y abrió dos universidades dedicadas a la formación de maestros: una en Reims y la otra en Saint-Denis.
En 1686, en el contexto de una terrible hambruna en Francia, ocho de sus seguidores emitieron sus primeros votos en su instituto religioso y el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen, el santo consagró su comunidad a la Madre de Dios.
Enseñar es un apostolado
San Juan Bautista solía viajar largos trechos a pie para visitar distintos pueblos y ciudades, llamando a amar con mayor fervor a Cristo y a la Iglesia, al tiempo que organizaba o apoyaba distintas iniciativas dedicadas a la formación del pueblo cristiano. La gente en gratitud a su dedicación le brindaba alojamiento y alimento. El santo trabajaba tan duro que, se suele decir, su sotana y su manto se convirtieron en la prueba perfecta de ello: ambas estaban gastadas y descoloridas. Sin embargo, estas dejaban entrever luminosamente una figura novedosa: la del “trabajador de la educación” que era al mismo tiempo un santo, es decir, alguien que hacía presente, en su sencillez, a Cristo.
Jesucristo es el maestro
Aunque el trabajo evangelizador pudiese ser arduo, el P. Juan Bautista no dejaba de darle tiempo a la oración; muy por el contrario, pasaba largas horas en la capilla. Constantemente insistía a sus hermanos que el éxito educativo solo se consigue con oración y más oración. Solía decir que la labor de un educador es orar, dar buen ejemplo y tratar a todos como Cristo recomendó en el Evangelio: “Hagan a los demás todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros”.
El 7 de abril de 1719, día de Viernes Santo, San Juan Bautista de La Salle partió a la Casa del Padre. Sus últimas palabras quedaron grabadas en la memoria de quienes pudieron acompañarlo: “Adoro en todo la voluntad de Dios para conmigo”.
San Juan Bautista fue canonizado el 24 de mayo de 1900, día de la Virgen; y medio siglo más tarde, el 15 de mayo de 1950, fue nombrado Patrono de los educadores.
Fuente: aciprensa.com